1 de abril de 2010

De latir mi corazón se ha parado




Unas pocas semanas atrás, el estreno de Un profeta deslumbró a todos aquellos que, como yo, sienten una profunda admiración por los dramas carcelarios y que, con satisfacción, veían cómo el género experimentaba un nuevo auge gracias a la aparición de las excelentes Celda 211 o a Shutter Island y algunas de sus referencias al cine patibulario, desgraciadamente no tan frecuente (según pensamos muchos) como debería: La evasión, El hombre de Alcatraz, Fuga de Alcatraz, Papillon, Un condenado a muerte se ha escapado, La gran evasión, Cadena perpetua son algunas de sus films más representativos pero ¡ay! nos saben a poco.


La curiosidad y el consejo de algún amigo más ducho que yo en la cinematografía de la patria de Robespierre (¡gracias Raúl!) me impulsó a visionar éste otro trabajo (2005) de Jacques Audiard que, a pesar de ser un remake de Melodía para un asesino de James Toback, en mi opinión mejora la obra que lo inspira. No obstante, no deja de ser cierto que el título del original es bastante más acertado, pues la forzada traducción al español de De battre mon coeur s'est arrêté obliga a un hipérbato ripioso.

Romain Duris interpreta a Thomas Seyr, violento joven que se dedica al innoble arte de desahuciar a inquilinos morosos –o sencillamente ilegales- de sus viviendas: entre sus múltiples recursos para desempeñar su función –desempeñada en Valencia, como es sabido, por cierta empresa de seguridad cuyo nombre obviaré- se encuentran las amenazas, la violencia o la cobarde estrategia de instalar la insalubridad en esos hogares. De hecho, odia la sordidez y la insania intrínsecas al “negocio inmobiliario” y a los negocios que por él pululan, del mismo modo que se odia a sí mismo por lo que hace, y por haberse dejado introducir en semejante desatino por influencia de su padre (Niels Arestrup, que interpreta a otro personaje poco recomendable –el mafioso corso- en la ya mencionada Un profeta), un rentista pragmático (con ese pragmatismo, podríamos afirmar, que ha hecho de la nuestra una sociedad esquizoide y triste como la protagonista de La pianista de Haneke: “hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego”, decía Tolstoi) y problemático para su hijo a partes iguales. Tom, en cambio, heredó de su fallecida madre –reconocida concertista de piano- el talento y un carácter hipersensible. Precisamente el encuentro con un antiguo amigo de ésta provoca el resurgimiento de su vocación musical con un renovado vigor que roza lo febril. Llegados a este punto, muchos comenzarán a atar cabos y a comparar nuestro film con Mi vida es mi vida de Bob Rafelson y, curiosamente, y una vez comprobado que median ocho años entre ésta (1970) y la citada Melodía para un asesino (1978), no es tan inverosímil pensar que la una pudiera inspirarse en la otra.



En fin: Seyr decide prepararse para una audición tras diez años sin tocar, motivo por el cual comienza a asistir a clases particulares de piano impartidas por una concertista vietnamita, cuya principal particularidad reside en que no habla francés ni lo más mínimo. Será la música, serán sus dedos deslizándose saltarines sobre las teclas de un piano de cola, los que tenderán un puente para el mutuo entendimiento. Mientras tanto, el padre del matón reconvertido a artista (naturalmente en desacuerdo con su hijo, como en el caso de Billy Eliott de Stephen Daldry) se va metiendo hasta el cuello en un cul-de-sac con la mafia rusa que le saldrá muy caro…


¿El desenlace? Aventuraos vosotros mismos en esta mezcla de género negro, crítica social, drama musical, película iniciática y reflexión estética tan bien ensamblada -casi exclusivamente, eso sí, alrededor del protagonista. En resumen, el film de Audiard vuelve a hablarnos del clásico tema (¿es que acaso existe otro?) de la polaridad existente en el ser humano y, de forma más patente, en aquellos seres dotados de un genio creador, de ese daimon único e intransferible que -a juicio de Heráclito- cada uno poseemos, y que en su tensión alberga todas nuestras potencialidades, ya sean constructivas o destructivas.

Los 8 Premios César, incluyendo mejor película y mejor director, así como el premio a la mejor banda sonora en Berlín de De latir mi corazón se ha parado, avalan esta historia de redención a través de la música (curioso, la peli de mi anterior y primer post también podría definirse como tal) salpicado por las notas de Haydn y por la electrónica de Télépopmusik.

Filmografía relacionada:

Tirad sobre el pianista (Tirez sur le pianiste, François Truffaut, 1960)
Mi vida es mi vida (Five easy pieces, Bob Rafelson, 1970)
Melodía para un asesino (Fingers, James Toback, 1978)
El piano (The piano, Jane Campion, 1993)
Shine (Scott Hicks, 1996)
Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000)
La pianista (La pianiste, Michael Haneke, 2001)
El pianista (The pianist, Roman Polanski, 2002)

Artículo de Miguel Pérez




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