27 de abril de 2010

Una invención diabólica o el fabuloso mundo de Julio Verne




Uno de los pioneros del cine de animación europeo es el, desconocido por el gran público, checo Karel Zeman. Comenzó sus andaduras en el mundo de la publicidad, pero en seguida dio salida a una de sus inquietudes artísticas más recurrente, la animación de marionetas, un arte de fuerte arraigo en Chequia.

En 1946 realizaría su primer cortometraje, El sueño de Navidad, que resultaría premiado en el festival de Cannes. También supondría el posterior desarrollo de una serie de historias con el señor Prokuok, presente en el corto anterior, como protagonista absoluto de un buen número de cortometrajes. Su chispa creativa no se vio frenada en ningún momento y parió algunos de los cortos visualmente más interesantes de la historia de la animación, como Inspiración, 1949, creando un mundo a partir de figuras y escenarios construidos en vidrio, de una delicadeza absoluta. También coqueteó con la animación más minimalista y por supuesto, con la integración de la animación stop motion en universos “live action” reales.



Después de Viaje a la prehistoria, 1954, su primer largometraje, Zeman consiguió cumplir uno de sus sueños de siempre: adaptar la obra de Julio Verne a la gran pantalla. Otro punto en común entre el director checo y el mago francés George Méliès. La premisa inicial no podía ser más interesante, y el enfoque elegido, tres cuartos de lo mismo. Adaptar varias novelas del escritor francés dándole a la cinta un look visual que pareciese sacado de los grabados que Riou y Bennet crearon para las ediciones de lujo de la obra de Verne. Para ello, utilizó la técnica del esgrafiado en todos los elementos del film, simulando de esta forma el acabado propio de una plancha de acero. Combinando actores reales con marionetas y animation stop motion, el resultado es mágico, realmente cautivador. En la película se dan cita algunos de los temas más recurrentes de la obra de Verne: el futurismo, las máquinas voladoras, los grandes inventos, en definitiva, la ciencia más visionaria.


Wes Anderson seguro que tuvo este film en cuenta ( el parecido es más que razonable), a la hora de diseñar el submarino de The Life Aquatic with Steve Zissou,2004 con la ayuda del cineasta Henry Selick (director de Pesadilla Antes de Navidad, 1993 o Coraline, 2009 o animar su última película, Fantastic Mr. Fox, 2009, a partir de un relato del también fascinante escritor Roald Dahl.

Otras adaptaciones de Julio Verne:

Viaje a la luna, 1902, de Georges Méliès
20.000 leguas de viaje submarino, 1954, de Richard Fleisher
La vuelta al mundo en 80 días, 1956, de Michael Anderson
De la Tierra a la Luna, 1958, de Byron Haskin
Viaje al centro de la Tierra, 1959, de Henry Levin
El amo del mundo, 1961, de William Witney
La isla misteriosa, 1961, de Cy Endfield
Los hijos del capitán Grant, 1962, de Robert Stevenson
La luz del fin del mundo, 1971, de Kevin Billington


Artículo de David Boscá

8 de abril de 2010

La distopía del código 46




"Si una pareja tiene compatibilidad genética igual o superior al 25%, no podrá relacionarse sexualmente ni concebir prole. De hacerlo, el feto deberá ser inmediatamente eliminado y ambos sufrirán prisión, o exilio".

Código 46

Shanghai, en el futuro. Un futuro donde los recuerdos pueden ser borrados y los peligros pueden predecirse. William (Tim Robbins) es enviado a dicha ciudad para investigar un fraude en la compañía de seguros Sphinx. William tiene un virus que le permite leer las mentes de las personas. Maria (Samantha Morton) trabaja en Sphinx creando "papelles", un documento del seguro indispensable para que la gente pueda hacer cualquier cosa. María es la persona que está cometiendo el fraude, vendiendo "papelles" falsos a la gente a la que Sphinx rechaza asegurar. Williams descubre que Maria es culpable y que debe ser entregada a las autoridades, pero se enamora de ella. (FILMAFFINITY)

Desde la aparición de la ciencia ficción en la literatura, algunos autores de la talla de Crl Sagan o Isaak Asimov señalan a Somnium (1623) de Johannes Kepler como el primer relato, y Frankenstein de Mary Shelley como el primer punto y aparte, ha ido creciendo temáticamente con el paso de los años. Al siglo XIX se le debe en gran parte el concepto de anticipación, y dos de los más grandes autores decimonónicos de la novela de aventuras, H.G. Wells y Julio Verne. Tras unos cuantos años dorados empieza a germinarse lo que será denominada la ciencia-ficción dura (hard) en la que autores como Arthur C. Clark o Isaak Asimov barajan complejos argumentos científicos para hacer todavía más creíbles sus historias, serían sin embargo los rusos y otros autores del este los que combinarían con mayor puntería estos argumentos duros con la reflexión y la introspección explorando temas filosóficos. Es el caso por ejemplo de Stanislav Lem y su modernísima Solaris (1961). En paralelo llegaron autores como Orwell o Huxley con sus pesimistas relatos que condicionarian la literatura posterior. A partir de los años 80 y en plena eferverscencia de la informática, empezaron a germinar los nuevos género cyberpunk, el steampunk o el biopunk, centrado este último en los grandes avances de la biotecnología y reflejado magistralmente en la película Gattaca, de Andrew Niccol (1997).



No es casualidad que haya empezado mi discurso con Carl Sagan y haya cerrado el párrafo anterior con Gattaca, ya que la película de Michael Winterbottom, muy deudora del film de Niccol recorre hábilmente en ocasiones, torpemente en otros momentos, el abanico de posibilidades temáticas de la ciencia-ficción universal.


Plantea como eje básico argumental la distopía, o lo que es lo mismo la utopia perversa, una sociedad ficitica que dista enormemente de lo que entenderíamos por perfecta. Al igual que Gattaca, retoma el problema genético y lo convierte en un (por no decir el peor) enemigo de la humanidad, que condicionará implacablemente el destino trágico de los ciudadanos. La globalización extrema (reflejada incluso en el lenguaje) con sus catastróficas consecuencias no es más que la evolución democrática del universo orwelliano al que, desgraciadamente, nos embarcamos prácticamente sin despeinarnos.

Las comparaciones con Blade Runner, de Ridley Scott (1982), Eternal Sunshine of the Spotless Mind , de Michel Gondry (2004,estrenada un año después) o Lost in Translation, Sofia Coppola (2003, del mismo año) son inevitables. Una vez más el caprichoso destino se encargó de agrupar cintas tan similares en un periodo tan corto de tiempo.


No son pocos los que han tildado a Código 46 de fría, pedante y aburrida, con mayor o menor acierto. No cabe duda de que el film ofrece una mirada aséptica, quizá demasiado desapasionada pero justificada, sin lugar a dudas, por la historia de Frank Cottrell Boyce. Winterbottom lleva lo más lejos que puede su estilo visual en clave de esta percepción aséptica, y lo consigue, en parte por la preciosista fotografía de A.H. Kuchler y Marcel Zyskind y la fantástica elección de Stephen Hilton y David Holmes para la composición musical que consigue embriagar al espectador y dirigirlo prácticamente hacia un estado de hipnosis (siempre consciente y voluntaria) visual, paradójicamente onírico en esta apática sociedad, construido con una inteligente sobreexposición de la fotografía. A diferencia del film de Coppola, aquí las luces de Shanghai o los rascacielos de Dubai ejercen como laberintos tecnológicos que deshumanizan todavía más al ser humano y potencian, de la misma manera que Lost in Traslation, la fuerza del amor y la supremacía de la condición humana frente a las diversidades.


Es una lástima que la puesta en escena en lugar de servir de herramienta al relato se anteponga a todo, restando credibilidad y fuerza a lo que tiene que primar por encima de todo: la historia. Dudo si era el objetivo último del director, aturdir al espectador y llevarlo a este terreno irreal ( de la misma forma que Won Kar-Wai) , donde, al igual que en los sueños, los acontecimientos transcurren sin atender, en ocasiones, a razón alguna.

La distopía hecha cine:

Fahrenheit 451 (1966), de François Truffaut
El planeta de los simios (1968), de Franklin J. Schaffner
THX 1138 (1971), de George Lucas
La naranja mecánica (1971), de Stanley Kubrick
El proceso (1972), de Orson Welles
Soylent Green (1973), de Richard Fleischer
La fuga de Logan (1976), de Michael Anderson
Escape from New York (1981), de John Carpenter
Blade Runner (1982), de Ridley Scott
1984 (1984), de Michael Radford
Brazil (1985),de Terry Gilliam
Akira (1988), de Katsuhiro Ôtomo
Doce monos (1995), de Terry Gilliam
Días Extraños (1995), de Katrhryn Bigelow
Gattaca (1997), de Andrew Niccol
The Matrix (1999), de los hermanos Wachowsky
Equilibrium (2002), de Kurt Wimmer
Hijos de los hombres (2006), de Alfonso Cuarón
A Scanner Darkly (2006), de Richard Linklater
The road (2009), de John Hillcoat

Artículo de David Boscá

4 de abril de 2010

La chica que saltaba en el tiempo




Todas las cosas nos son ajenas; sólo el tiempo es nuestro.

Lucio Anneo Séneca.


La joven Makoto esta probablemente viviendo los mejores años de su vida, disfruta junto a sus amigos Chiaki y Kosuke de los últimos días de instituto, de la ausencia de grandes responsabilidades. Juntos recuerdan los días de verano, y hablan de sus pequeñas preocupaciones mientras juegan a béisbol. Tras un desastre de día, Makoto descubre asombrada que tiene la capacidad de viajar hacia atrás en el tiempo dando grandes brincos y comienza a utilizar su nueva habilidad para evitar los problemas y alargar esos preciosos días de su adolescencia. Claro que, viajar en el tiempo tiene sus inconvenientes…

El viaje en el tiempo se ha convertido con el paso de los años en un subgénero de la ciencia-ficción a tener en cuenta. Llegó tarde, salvo alguna rareza olvidada, en la década de los 50-60 pero lo hizo con tanta fuerza que encontramos viajes en el tiempo en el cine de aventuras, El tiempo en sus manos, de George Pal (1960),Time Bandits, de Terry Gilliam (1981), en el cine de acción, The Terminator, de James Cameron (1984), Star Trek: First Contact, de Jonathan Frakes (1996), El final de la cuenta atrás, de Don Taylor (1980), El experimento filadelfia, de Stewart Saffill (1984), o en el thriller, 12 monos, de Terry Gilliam (1994), Frequency, de Gregory Hoblit (2000), Donnie Darko, de Richard Kelly (2001), El efecto mariposa, de Eric Bress & J. Mackye Gruber (2004), o Primer, de Shane Carruth (2004). Con el gran precedente de la trilogía de Back to the future, de Robert Zemeckis (1985) el viaje en el tiempo llegó a la comedia y se produjeron películas como Las alucinantes aventuras de Bill y Ted, de Stephen Herek (1989), Los visitantes, de Jean-Marie Poiré (1990) o Groundhog day, de Harold Ramis (1993). La televisión no podía ser menos y tras el éxito de Doctor Who (1963-1989) los viajes en el tiempo se convirtieron en un tema recurrente de la pequeña pantalla, los vemos en Quantum Leap (1989-1993), Sliders (1995-2000), Twilight Zone (1959-1964), Journey man (2002), Lost (2004-2010) o Life in Mars (2006).

Sorprendentemente, el cine de animación no pareció demasiado interesado en el tema ( dejando de lado algunos hilos argumentales ), no encontramos ninguna película referencia hasta Toki wo Kakeru Shōjo ( La chica que saltaba en el tiempo) en el año 2006.



La película, producida por Madhouse (responsable de series como Death Note o Monster) y dirigida por Mamoru Hosoda habla del paso del tiempo, de la ausencia de los días pasados, de la juventud, de la magia de aquellos días exentos de preocupaciones, del amor primerizo. La ciencia-ficción es una bonita excusa para sacar a la luz los sentimientos de Makoto, para obligarla a romper el fragil cascarón de la inocencia y enfrentarse por primera vez en su vida a la dureza de la toma de decisiones presente contínuo de la vida del adulto.


Cercana a Efecto mariposa (2006) es posiblemente la película más elegante de viajes en el tiempo realizada hasta la fecha. Cargada de bellas imágenes (perfectamente acordes al sentimiento de inocencia y pureza que desprende el film) que bien podrían formar parte de alguna pieza de autor europeo, se recrean, al igual que estos autores en la introspección, en la melancolía pero sin dejar de lado el humor ( la patosa Makoto), e incluso el suspense ( cerca del final, termina rompiéndose el climax en una secuencia que parece sacada de Cashback, de Sean Ellis, 2004).


La chica que saltaba en el tiempo, no deja de ser un producto shōjo manga (dirigido especialmente a chicas adolescentes), aunque es cierto que cualquiera puede disfrutarla y sentirse identificado con la protagonista. También puede ser que en algunos momentos abuse de la ñoñería y el infantilismo, por otra parte, siempre presentes en la sociedad japonesa y únicamente comprensibles mediante ejercicio de empatía. Posiblemente sea el desenlace lo más flojo de la película. Dejando a un lado la ciencia-ficción durante gran parte del metraje (siempre presente pero en segundo término) cuando realmente aparece como protagonista nos extraña e incluso nos parece fuera de lugar. Aún así, personajes marcianos como la tía de Makoto (tan presente en el shōjo manga) incluidos, la película es un punto y a parte en el cine de animación contemporáneo.

Desgraciada y sorpresivamente, La chica que saltaba en el tiempo sigue sin estar editada en nuestro país y es necesario encomendarse a aquello que la ministra de cultura trata de desterrar para poder disfrutar de una pequeña joya de la animación japonesa.

Artículo de David Boscá

1 de abril de 2010

Por un puñado de rockumentales




Polar:Home (2008, Pau Martínez y Gabi Ochoa, 2manyproducers)

El documental se centra en el último disco de Polar, que por aquel entonces era Comes With A Smile, y que en la misma fecha celebraban su décimo aniversario como banda. La realización corre a cargo de dos directores valencianos, Pau Martínez y Gabi Ochoa. A lo largo de su hora y tres cuartos de duración, se nos muestra la vida y los entresijos del grupo independiente valenciano que trabaja duro para sacar adelante su mayor sueño, vivir de la música. La cámara empieza grabando en del estudio, en el local de ensayo, recogiendo momentos de composición y oscuridades artísticas, y termina juntando todos estos momentos en la promoción final del álbum. Narrativamente el documental se apoya en imágenes de recurso, como ensayos, directos, viajes, y en entrevistas con los miembros de Polar, sin dejar de lado los testimonios de gente del mundo de la música, locutores de radio, productores, etc. Finalmente, cuando termina la película, es cuando nos damos cuenta que hemos confraternizado con estos músicos, que los conocemos bien y que se han establecido lazos de empatía de forma involuntaria. Para mí ese es el mayor logro de este sencillo, pero efectivo, rockumental.

Aquí el videoclip Tomorrow dirigido por los responsables del documental:



DiG! (Ondi Timonir, 2004)


Si en Polar:Home encontramos un ambiente calmado, o tenso pero sin ser violento, en DiG encontramos todo lo contrario. Sólo rock'n'roll y locura. Hay música, creatividad, dudas, drogas, éxito, grandes cantidades de ego, indies, poppies, hippies, policias, peleas, más drogas, antros, clubes, pubs, industria, dinero, locura, y muchísimas situaciones más. El documental, dirigido por Ondi Timonir, recoge las trayectorias, durante siete años, de dos bandas norteamericanas que se hicieron famosas a mitad de los noventa, The Brian Jonestown Massacre y The Dandy Warhols. Al principio el grupo de los Warhols amaba e idolatraba a los Jonestown, pero poco a poco esta relación se volvió insana y terminó en un odio atroz, aunque siempre con respeto. El documental de Timonir se convierte en una experiencia de lo más interesante, ya que vemos como el grupo TBJM termina destruyéndose por no adaptarse a la industria discográfica, mientras que la banda liderada por Courtney Taylor consigue finalmente el éxito tan anhelado. El film hace recapacitar al espectador sobre el éxito, la música, la vida en la carretera y sobre los principios que uno debe seguir si forma parte de este underwolrd cultural.

Sólo por ver el montaje, con un ritmo trepidante y una narrativa sólida, que resume siete años, vale la pena dedicarle una hora y cuarenta minutos. Creo que se ha convertido en el mejor rockumental que he visto en años. Al menos por todo lo que resume.

La magnífica edición que ha editado Avalon viene con un DVD extra con material no editado, conciertos y una pista que recoge entrevistas con los protagonistas años después de haber terminado el documental.

Aquí el trailer del documental



Artículo de Rubén S. Ferrer

De latir mi corazón se ha parado




Unas pocas semanas atrás, el estreno de Un profeta deslumbró a todos aquellos que, como yo, sienten una profunda admiración por los dramas carcelarios y que, con satisfacción, veían cómo el género experimentaba un nuevo auge gracias a la aparición de las excelentes Celda 211 o a Shutter Island y algunas de sus referencias al cine patibulario, desgraciadamente no tan frecuente (según pensamos muchos) como debería: La evasión, El hombre de Alcatraz, Fuga de Alcatraz, Papillon, Un condenado a muerte se ha escapado, La gran evasión, Cadena perpetua son algunas de sus films más representativos pero ¡ay! nos saben a poco.


La curiosidad y el consejo de algún amigo más ducho que yo en la cinematografía de la patria de Robespierre (¡gracias Raúl!) me impulsó a visionar éste otro trabajo (2005) de Jacques Audiard que, a pesar de ser un remake de Melodía para un asesino de James Toback, en mi opinión mejora la obra que lo inspira. No obstante, no deja de ser cierto que el título del original es bastante más acertado, pues la forzada traducción al español de De battre mon coeur s'est arrêté obliga a un hipérbato ripioso.

Romain Duris interpreta a Thomas Seyr, violento joven que se dedica al innoble arte de desahuciar a inquilinos morosos –o sencillamente ilegales- de sus viviendas: entre sus múltiples recursos para desempeñar su función –desempeñada en Valencia, como es sabido, por cierta empresa de seguridad cuyo nombre obviaré- se encuentran las amenazas, la violencia o la cobarde estrategia de instalar la insalubridad en esos hogares. De hecho, odia la sordidez y la insania intrínsecas al “negocio inmobiliario” y a los negocios que por él pululan, del mismo modo que se odia a sí mismo por lo que hace, y por haberse dejado introducir en semejante desatino por influencia de su padre (Niels Arestrup, que interpreta a otro personaje poco recomendable –el mafioso corso- en la ya mencionada Un profeta), un rentista pragmático (con ese pragmatismo, podríamos afirmar, que ha hecho de la nuestra una sociedad esquizoide y triste como la protagonista de La pianista de Haneke: “hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego”, decía Tolstoi) y problemático para su hijo a partes iguales. Tom, en cambio, heredó de su fallecida madre –reconocida concertista de piano- el talento y un carácter hipersensible. Precisamente el encuentro con un antiguo amigo de ésta provoca el resurgimiento de su vocación musical con un renovado vigor que roza lo febril. Llegados a este punto, muchos comenzarán a atar cabos y a comparar nuestro film con Mi vida es mi vida de Bob Rafelson y, curiosamente, y una vez comprobado que median ocho años entre ésta (1970) y la citada Melodía para un asesino (1978), no es tan inverosímil pensar que la una pudiera inspirarse en la otra.



En fin: Seyr decide prepararse para una audición tras diez años sin tocar, motivo por el cual comienza a asistir a clases particulares de piano impartidas por una concertista vietnamita, cuya principal particularidad reside en que no habla francés ni lo más mínimo. Será la música, serán sus dedos deslizándose saltarines sobre las teclas de un piano de cola, los que tenderán un puente para el mutuo entendimiento. Mientras tanto, el padre del matón reconvertido a artista (naturalmente en desacuerdo con su hijo, como en el caso de Billy Eliott de Stephen Daldry) se va metiendo hasta el cuello en un cul-de-sac con la mafia rusa que le saldrá muy caro…


¿El desenlace? Aventuraos vosotros mismos en esta mezcla de género negro, crítica social, drama musical, película iniciática y reflexión estética tan bien ensamblada -casi exclusivamente, eso sí, alrededor del protagonista. En resumen, el film de Audiard vuelve a hablarnos del clásico tema (¿es que acaso existe otro?) de la polaridad existente en el ser humano y, de forma más patente, en aquellos seres dotados de un genio creador, de ese daimon único e intransferible que -a juicio de Heráclito- cada uno poseemos, y que en su tensión alberga todas nuestras potencialidades, ya sean constructivas o destructivas.

Los 8 Premios César, incluyendo mejor película y mejor director, así como el premio a la mejor banda sonora en Berlín de De latir mi corazón se ha parado, avalan esta historia de redención a través de la música (curioso, la peli de mi anterior y primer post también podría definirse como tal) salpicado por las notas de Haydn y por la electrónica de Télépopmusik.

Filmografía relacionada:

Tirad sobre el pianista (Tirez sur le pianiste, François Truffaut, 1960)
Mi vida es mi vida (Five easy pieces, Bob Rafelson, 1970)
Melodía para un asesino (Fingers, James Toback, 1978)
El piano (The piano, Jane Campion, 1993)
Shine (Scott Hicks, 1996)
Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000)
La pianista (La pianiste, Michael Haneke, 2001)
El pianista (The pianist, Roman Polanski, 2002)

Artículo de Miguel Pérez