Curioso lo de este producto denominado Afro Samurai. Curioso porque nace en Japón pero con la idea de ser explotado inicialmente en Estados Unidos ( amparado por el mismísimo Samuel L. Jackson que figura como productor ejecutivo y además pone la voz a Afro) y curioso porque explota de manera deliberada las conexiones propias entre el cine de género de samurais con el western mediante el protagonismo de un héroe afroamericano en un futurista japón feudal. Interesante.
El responsable de esta curiosidad es el estudio Gonzo, culpable también de otras interesantes series (o miniseries) como Hellsing, Black Cat o especialmente Samurai 7, una atractiva adaptación en clave mecha del clásico Los siete samurai del maestro Kurosawa.
Afro Samurai se agarra a uno de los argumentos universales de la historia del cine (véase La semilla inmortal, libro de J. Balló y Xavier Pérez), la venganza, y se mueve en terrenos posmodernos, al igual que Tarantino en su Kill Bill (2003). Esto, sin olvidar la obligada referencia de un argumento muy cercano al western clásico y crepuscular, como hemos visto en La diligencia (1939), de John Ford , El hombre de Laramie (1955), de Anthony Mann (sobre un hombre que busca a toda costa a aquel traficante que vendió armas a los indios provocando la muerte de su hermano) o Nevada Smith (1966), de Henry Hathaway (el personaje interpretado por Steve McQueen viaja en busca de los asesinos de sus padres) y por supuesto al cine de género japonés, Samurai Assasin (1965), de Kihachi Okamoto, Sanjuro (1962), de Akira Kurosawa o Zatoichi (2003), de Takeshi Takano.
Una de las señas de identidad más características de la animación japonesa y del manga en general es la enfermiza obsesión por la tecnificación, por armonizar lo viejo con lo nuevo, lo cibernético con lo tradicional. Es el caso de Afro Samurai, donde circulan esperpénticos personajes como monjes cargados con bazookas, androides ninja o cyborgs vengativos. Propuestas desde luego arriesgadas, que pueden llegar a ser poco digeribles por el espectador occidental, pero que sin duda acentúan el carácter posmoderno de este extraño e interesante pastiche pop formalmente vinculado a la cultura blackxploitation que ya creó un precedente en Black Samurai (1977), de Al Adamson.
La mini serie se compone únicamente de cinco episodios de 22 minutos cada uno. De esta forma, Afro Samurai se disfruta con rapidez, puesto que si algo no se le puede echar en cara es que va directamente al grano. Mediante una sencilla narración que articula el presente con el pasado (en forma de flash-backs), se nos cuenta la historia de este obsesivo samurai, aficionado a la limonada y fumador de crack que no duda ( ¿o sí?) en hacer rodar todas la cabezas que sean necesarias, eso sí, a ritmo de funk.
Recuerdo que en la universidad empecé a ver las promos de esta serie tan interesante. Durante dos o tres semanas la seguí fielmente hasta que por razones que desconozco me desenganché, la olvidé, y ahora ha reaparecido en mi vida. El motivo principal es que me declaro un auténtico seguidor y admirador de la cadena privada HBO, hasta tal punto que intento ver todo lo que hacen. En cuanto a series se refiere es un faro que nos ilumina en el mar de los seriales televisivos, nos muestra el buen puerto donde encontramos calidad, seriedad, estilo y vigor. Ni que decir tiene que son responsables de series como Tales From The Crypt, Six Feet Under, Carnivale, Band Of Bothers, Generation Kill y muchísimas más. Y como era de esperar Roma llegó a mis manos para ser vista y paladeada lentamente.
La serie de Roma se centra en el cambio de la República al Imperio, transición que tiene lugar con la muerte de Cayo Julio César y posesión del título de César por Octavio, más conocido como César Octavio Augusto. Tales acontecimientos están contados a través de dos personajes Tito Pullo (Ray Stevenson) y Lucio Voreno (Kevin McKidd), dos legionarios de la XIII legión. Estos dos soldados, los auténticos protagonistas de la serie, nos llevan de la mano para protagonizar, o intervenir, en los grandes acontecimientos que cambiaron la historia.
La serie, coproducida con la BBC, la HBO y la RAI, con un presupuesto de cien millones de dólares, fue rodada en Italia, en los antiguos estudios de la Cinecittà, donde los decorados del cine Peplum seguían guardados. Este trabajo en conjunto le dio a la serie la calidad y el respeto que era de esperar. Las historias, o la Historia, que en ella aparecen enganchan por varios motivos. El espectador ve la vida en Roma a través de Pullo, legionario que intenta adaptarse a la vida social después de estar ocho años en el campo de batalla, y Voreno, casado y con una mujer y unas hijas que le creían muerto. Los protagonistas, sin desearlo, se ven envueltos en tramas de política, celos, asesinatos, conspiraciones, guerras, sabotajes, mafias, etc. Y es a través del género de aventura como se nos muestra la vida en Roma, la importancia del nivel social, de la muerte y de la política, sobre todo de ésta, porque el pueblo al fin y al cabo no tenía poder de decisión, pero sí de opinión, la cual debía ganarse con guerras, casamientos y asesinatos.
No obstante, y tanto el lector como el espectador han que quedar avisados, las licencias historias que se toman los guionistas son muy grandes. Es cierto que los hechos, como la muerte de Julio César, el ascenso de Octavio Augusto o la muerte de Cleopatra, están basados en la realidad, sin embargo, los protagonistas son dos personajes, dos nombres, que se mencionan en el libro de Guerra de las Galias escrito por Julio César, concretamente dos centuriones de la IX legión. No se sabe nada más, ni si estuvieron casados, ni si volvieron a luchar juntos, nada. Con respecto a los otros personajes de la trama, como Atia, Servilia, Pompeyo, Bruto, Marco Antonio, Catón, etc... se toman unas licencias dramáticas en las que obvian detalles y personajes relativos a estos; todo por construir una trama fuerte y cerrada. Por lo tanto es importante que el espectador sepa de todo momento que el guión está lleno de licencias.
A pesar de ello (a algunos nos hubiera gustado que se ciñeran a la realidad) Roma está perfectamente ambientada, rodada, fotografiada e interpretada. Esto la convierte en un producto televisivo de calidad, contado únicamente en dos temporadas, haciendo que sea conciso, directo y no pierda ni un ápice de intensidad en todos sus aspectos.
Está claro lo que significan las series de la HBO ¿o es que hace falta algo más?
Hoy, 23 de marzo de 2010, Akira Kurosawa habría cumplido cien años de no haber fallecido el 6 de septiembre de 1998. Es por ello, mi pequeño homenaje a este monstruo del séptimo arte, a través del comentario sobre la última película que he tenido ocasión de descubrir y disfrutar.
El realizador japonés dirigió más de treinta películas a lo largo de cincuenta años de carrera. Pionero en la técnica ( utilizó por primera vez la cámara lenta con objetivos dramáticos, grabó escenas en multicámara, coloreó el blanco y negro de forma selectiva, fragmentó el discurso cinematográfico…) ha sido una marcada influencia para algunos de los mejores directores de cine contemporáneo, como Steven Spielberg, Robert Altman, Paul Thomas Anderson, Quentin Tarantino,George Lucas o Martin Scorsese. En su extensa filmografía, encontramos películas de aventuras y películas estrechamente relacionadas con el mundo feudal japonés (y algunas de ellas con el universo shakespeariano) como Rashomon (1950), Los siete samurai (1954), Trono de sangre (1957), La fortaleza escondida (1958), Yojimbo (1961), Kagemusha (1980) o Ran (1985), pero también otras películas muy interesantes que se mueven en otros terrenos, como su incursión en el cine negro con El ángel ebrio (1948), El perro rabioso (1949), Los canallas duermen en paz (1960), el cine más neorrealista con Vivir (1952), el más onírico, Dreams (1990), e incluso la presencia del thriller, con su High and low (1963), o como en España se denominó, El infierno del odio.
En la película, el señor Gondo, interpretado por el siempre presente Toshiro Mifune, hombre de negocios, está a punto de cerrar un importante acuerdo financiero que permitirá controlar la mayoría de las acciones de una importante empresa del calzado. Cuando está a punto de enviar a uno de sus hombres a cerrar la negociación, recibe la noticia de que su hijo ha sido secuestrado, siendo exigido una cantidad similar de dinero para el rescate. Gondo está dispuesto a pagarlo, hasta que descubre que los secuestradores se han equivocado y se han llevado al hijo del chófer…
El infierno del odio, se divide en dos partes muy marcadas, por una parte la relativa al secuestro y al dilema moral del señor Gondo acerca de cómo actuar, y una segunda relativa a la investigación policial (y su desenlace), para intentar dar caza al secuestrador. Esta segunda parte, es un verdadero ejemplo de cómo llevar a cabo un seguimiento policial en el cine. Engancha al espectador de forma brillante haciéndolo partícipe de la búsqueda dándole la misma información que disponen los personajes, analizando todos los detalles de forma inteligente y realista, sin dejar cabos sueltos, y sin considerarlo (al espectador), un idiota al que hay que explicar las cosas más de una vez y de forma ilustrada.
El ritmo es llamativamente intenso teniendo en cuenta que el cine japonés respira de forma diferente al occidental, marcándose un inicio desgarrador, sin fisuras y tremendamente interesante. Con un Mifune espectacular, en sin duda, uno de sus mejores (y más humanos) papeles, que enseguida se gana nuestra empatía y empezamos a sufrir con él, porque la situación es realmente complicada, más aún en una sociedad con el concepto del honor y el deber tan arraigados. Kurosawa analiza lo que está bien, lo que está mal y lo que es correcto, conceptos muy relacionados pero diferentes. También realiza un ensayo acerca del odio, el egoismo, pero sobre todo la envidia, motor que da movimiento a todo el discurso. En definitiva, sobre las clases sociales, a las que su título original hace referencia tan vinculadas con la situación que vivía el Japón de la posguerra con una sociedad de consumo en auge.
Pese a su duración, 143 minutos, la película no pierde tensión, hasta prácticamente el desenlace, donde la película en mi modesta opinión no consigue estar a la altura del resto del metraje, impecable. Aún así, con un desenlace un tanto dudoso y falto de la chispa que irradiaba el resto de la película, El infierno del odio, es una de las mejores películas de investigación policial de la historia del cine.
¿A qué después de ver la película de Kurosawa, la niña de rojo de La lista de Schindler no resulta tan original?
Londinense de nacimiento sin duda es uno de los personajes, junto a Spike Jonze, Chris Cunningham y Michel Gondry, responsables de algunos de los cambios más considerables de la historia reciente del mundo audiovisual. Todos ellos revolucionaron el mundo del videoclip y de la publicidad, aportando claves importantísimas que el incipiente cine posmoderno se encargaría de incluir en su nueva estructura. Es imposible entender la evolución del cine posmoderno sin antes detenerse en el trabajo de estos genios de la imagen.
No se puede obviar la gran influencia del gran Stanley Kubrick en buena parte de la obra de Jonathan Glazer. Evidentes son las referencias de El resplandor en el video Karmacoma, de Massive Attack, de La Naranja Mecánica en The universal, de Blur, de Barry Lyndon en el spot de Levi's Odyssey (recordais esa pareja corriendo y atravesando paredes al ritmo de los acordes de Haendel), de 2001, una odisea en el espacio en el Virtual Insanity de Jamiroquai y en el anuncio Paint para Sony Bravia ( 70.000 litros de pintura al son del vals) o la presencia de Eyes Wide Shut en su segunda película Birth (Reencarnación).
Si algo caracteriza la obra de Glazer es la continua sensación de intranquilidad, la presencia, a menudo a nivel del subconsciente, del mal, de lo bizarro en ambientes terriblemente familiares. Prueba de ello son los sentimientos despertados en algunos de sus mejores videos musicales, como los geniales Street Spirit ( donde experimentó con la velocidad selectiva del frame) o Karma Police, de Radiohead , en el incómodo y fascinante Rabbit in your headlight, de UNKLE, el inquietante Live with me, de Massive Attack o el inocente pero brillantemente perturbador Song for the lovers, de Richard Ashcroft, que es capaz de generar suspense sin más medios que una habitación de hotel y el uso inteligente del espacio dentro y fuera de campo.
Tanto como director de videoclips, como director de spots publicitario, fue reconocido con importantes premios ( Silver, MVPA, Gold) y algunos de sus anuncios, especialmente el Surfer para Guinness fue considerado por el Channel 4 inglés ( patrocinado por The Sunday Times) como el mejor spot de la historia de la televisión. Desde luego el anuncio no tiene desperdicio.
Tras el reconocimiento le llegó la posibilidad de iniciarse en lo que desde un principio buscaba, dirigir un largometraje. Empezó su aventura con Sexy Beast, una discreta película de gansters londinenses que contó con la presencia de Ben Kingsley y Ray Winstone. La película fue seleccionada en el festival de Sundance y en San Sebastián. En ella se puede apreciar su marca de autor, estilo que desarrollaría mucho más profundamente en su segunda película, Birth.
La película pasó ciertamente desapercibida, pese a contar con la presencia de una Nicole Kidman con el mismo corte de pelo que Mia Farrow en Rosemary’s Baby (La semilla del diablo). No sólo comparte el peinado con la cinta de Polansky, sino también la ciudad, Nueva York, y el estilo visual de la generación de los moteros tranquilos y los toros salvajes. Al igual que en Eyes Wide Shut, una familia de clase alta neoyorkina se encuentra con un elemento que desajusta su realidad. En este caso un niño que afirma ser la reencarnación del difunto marido de la protagonista. Glazer, en un deliberado ejercicio de estilo, intenta por momentos con gran éxito, imitar al maestro Kubrick con la utilización de largos planos secuencia, expresivos travellings y planos abiertos o algunos primeros planos que cuentan más que películas enteras, como el larguísimo ( dos minutos) primer plano de Nicole Kidman en la butaca de la opera. La película es muy interesante, arriesgada, como toda la obra de Jonathan Glazer, que toca un tema peliagudo y dificil de tratar por lo inverosimil que resulta a una buena parte de la población. Lástima que el desenlace de la película, sea menos explosivo de los deseable. Una última curiosidad, uno de los co-autores del guión es Jean Claude Carriere, responsable de los textos de algunas obras maestras de nuestro Luis Buñuel como Belle de Jour, El discreto encanto de la burguesía o Ese oscuro objeto del deseo.
Imprescindible hacerse con el (brillante iniciativa) dvd recopilatorio Work of director: Jonathan Glazer, también disponible de otros interesantes directores de videoclips como los citados Jonze, Gondry, Cunningham u otros como Mark Romanek, Anton Corbijn y Stephane Sednaoui.
Hay una gran cantidad de películas que un cinéfilo, o al menos alguien que se dedica al mundo del cine o el audiovisual, debe ver. Entre el Olimpo de las películas encontramos Citizen Kane de Welles, Vertigo de Hitchcock, Modern Times de Chaplin, The Seventh Seal de Bergman, y entre todas ellas la película de Fellini 8 1/2, un film que lo norteamericanos designarían con un “Must See”, obligado.
Sobre la novena película de Fellini ya hay mucho escrito, quizás demasiado, pero si tras la película nos ponemos a pensar sobre ella descubriremos que nunca es demasiado porque es tan rica y está tan bien construida que siempre necesitaremos alguien que nos hable de ella, que la analice, que la estudie, y que nos la explique. Explicar Fellini 8 1/2 es presentarnos a su director, es conocerlo y ver toda su obra.
La película del director italiano nos habla de Gido, un reputado director de cine que intenta hacer su nueva película. La presión, el miedo y el posible rechazo al no poder alcanzar el nivel de su último film, le hacen caer en una crisis creativa. Es un balneario, recluido para encontrar su camino, donde Gido se centra en sus recuerdos y en las mujeres que más le han influido en su vida.
Para mi podemos sacar dos aspectos del film de Fellini, el meta-cine y el recuerdo. Desde luego, y como bien afirma Terry Guilliam en el extra que acompaña a la edición de Criterion (y ahora también en España por Cameo), se trata de una película en la que vemos, bajo una mirada muy personal, cómo funcionan las películas y cómo debe trabajar un director; pero no un artesano al más puro estilo hollywoodiense sino un artista. Ahí es donde reside la diferencia entre Fellini y el resto de sus contemporáneos. Mientras que otros directores italianos trabajaban bajo una producción muy cerrada Fellini había conseguido que la producción trabajara para él. Gracias a esto consiguió realizar films tan personales como el que tratamos hoy, o Amarcord, Intervista, etc.
Así pues Gido es el alterego de Fellini. Un director de cine en mayúsculas que se encuentra en una crisis creativa. Al igual que le pasó al artista italiano que no supo de que iba a hablar en su siguiente película, Gido busca esa inspiración para emprender la realización de un film. A lo largo del metraje el espectador no sabe muy bien de que irá la película. Pasada la mitad de la película, el productor, Gido, y más gente de la producción, viajan a la localización donde el director de arte ha creado una estructura gigantesca. Allí un personaje que habla con la mujer de Gido comenta en voz alta que será una película de ciencia ficción. Esto me sorprendió, al igual que su pareja, porque Fellini no haría una película de este género por lo que nos encontramos al igual que el protagonista, totalmente perdidos a nivel creativo. Es en esta secuencia cuando, a mi parecer, encontramos una clara empatía con el personaje ya que todo el mundo espera que haga una película que ni el mismo sabe de lo que va a ir. Todos le preguntan su opinión, le cuestionan pequeños detalles de los que no tiene ni idea, y le consultan sobre el casting porque las actrices esperan impacientes trabajar con él. Ante esta situación de estrés Gido baila en los pasillos de la residencia. Otro de los aspectos que trata la película, y en el que reside su mayor interés, es el retrato de la memoria. La secuencia con la que empezamos se trata de un sueño de Gido. En medio de un atasco de automóviles, todo está en calma, nadie se mueve, nadie pita, nadie hace nada, por lo que Gido comienza a ponerse nervioso porque no puede salir de su coche, el cual empieza a llenarse de humo. Finalmente lo consigue y sale volando del atasco para después ascender y alcanzar los cielos. Pero no lo consigue, una cuerda atada a su pierna se lo impide y es devuelvo a la tierra, precipitándose al mar.
Con esta secuencia onírica Fellini nos deja ver qué veremos en el resto del film. Así es cómo se presentan los sueños y las fantasías. Poco a poco los recuerdos (como la infancia y la religión) y los sueños (la significativa secuencia del harem) cogen fuerza hasta tal punto que el espectador no sabe que está viendo. Finalmente el mundo interior de Gido se junta con la realidad en la secuencia final, algo que muchos críticos profesionales interpretan como un circo de una sola pista.
Nada más empezar con Fellini 8 1/2 me vino a la mente L’Année dernière à Marienbad (1961), el film de Alan Resnais. Me es completamente imposible no mencionar el film del realizador francés por las similitudes que guarda con el del italiano. En ambas películas vemos como se aborda la memoria y el recuerdo. Es normal que veamos en estas películas algunas semejanzas porque nos encontramos en los sesenta, y aunque la psique y el sueño ya habían sido tratados en los veinte de manera inicial, con Das Kabinett des Dr. Caligari (1919, Robert Wiene) y Un Chien Andalou (1928, Luís Buñuel), o Spellbound de Hitchcock en los cuarenta, es esta década cuando las tramas clásicas son desestructuradas por el conocido cine de Arte y Ensayo, destruyendo los textos cinematográficos clásicos para reescribirlos de nuevo a partir de un punto de vista totalmente personal, que muchas veces obedece a la visión del director, esta vez concebido como artista.
Por último Fellini 8 1/2 no sólo es uno de los mejores films de Fellini, sino que es un referente dentro de la Historia del Cine, un clásico moderno que no sólo debe verse por el tratamiento narrativo, sino por el uso de la música compuesta por Nino Rota, y por la fotografía de Gianni Di Venanzo (La Notte, L’eclisse, ambas películas de Antonioni).
Cuando vi Inglorious Basterds, de Quentin Tarantino, lo primero que llamó mi atención del largometraje fue la perfección del acabado estético de cada uno de sus planos, el cuidado con el que el director había trabajado cada toma para mostrarnos su ‘gran obra maestra’, en boca del teniente Aldo Raine (Brad Pitt), en la última línea del guión. Pues bien, uno de los responsables de dicho esteticismo es el director de fotografía Robert Richardson.
Richardson basa su estilo de iluminación en una propuesta cercana al pictoralismo y al contraste extremo en las altas luces. Uno de sus accesorios indispensables a la hora de fotografiar planos cercanos a la pintura es la serie de filtros de difusión de cámara Promist, los cuales proporcionan a la imagen un suavizado en los contornos y un efecto halo en las altas luces, tal y como apreciamos en el siguiente fotograma. En la misma imagen observamos también como Richardson ejecuta el llamado ‘wrapping’, consistente en envolver al personaje con una luz suave desde el contraluz hacia el lateral, potenciando la sombra hacia cámara. Richardson también usa aquí el rebote del contraluz sobre el vestido rojo de Shosanna (Melanie Laurent) para iluminar su cara. Otra de las señas de identidad de la factoría Richardson es el uso del rebote de fuertes haces de luz en le mobiliario de la escena. El siguiente fotograma deja patente la ejecución de esta técnica, a la vez que contribuye al dramatismo y suspense creciente de la escena. Richardson conoce el papel narrador indispensable que desempeña la cinematografía en un filme, y es por esta razón por la que varía los esquemas de iluminación a medida que avanza la acción en la escena. Un claro ejemplo de la evolución de estos esquemas supeditados al desarrollo de la secuencia la vemos en los dos fotogramas siguientes.
“La irremediable lucha por la identidad, me mantiene cuerdo en este mundo de locos” Marcos Ponce de León
Verano de 1954. Los agentes judiciales Teddy Daniels (Leonardo DiCaprio) y Chuck Aule (Mark Ruffalo) son destinados a una remota isla del puerto de Boston para investigar la desaparición de una peligrosa asesina (Emily Mortimer) recluida en el hospital psiquiátrico Ashecliffe, un centro penitenciario para criminales perturbados dirigido por el siniestro doctor John Cawley (Ben Kingsley). Pronto descubrirán que el centro guarda muchos secretos, y que la isla esconde algo más peligroso que los pacientes... (Filmaffinity).
La película de Scorsese me ha decepcionado, y me explico. Después de disfrutar ( sufrir) con dos grandes películas como Mystic River, de Clint Eastwood y Adiós, pequeña adiós, de Ben Affleck, ambas adaptaciones de la novela de Dennis Lehane, creía que Scorsese, al igual que sus predecesores iba a sacar lo mejor de este autor, realizando una magnífica versión. De hecho, lo hace, firmando una buena película, motivo por el cual pienso que la novela es la que no está a la altura. Por otro lado las referencias del director neoyorkino para Shutter Island eran interesantísimas, agitando con la coctelera el mejor cine de terror de serie B producidas por Val Lewton (La mujer pantera, de Jacques Tourneur o Isle of dead , de Mark Robson) las cintas más claustrofóbicas de la época Weimar (el propio Scorsese hablaba de la presencia de El gabinete del doctor Caligari), los problemas de identidad del mejor cine negro (ejemplo clarísimo en Laura, de Otto Preminger), dramas policiales como Retorno al pasado, también de Jacques Tourneur, La casa en la sombra, de Nicholas Ray o incluso El Proceso, de Orson Welles, películas que el propio director se encargó de proyectar a su equipo.
Es innegable la cinefilia de Scorsese, lo vemos en cada plano (la fotografía de Robert Richardson también ayuda) , en cada secuencia, pero también es innegable que Shutter Island es posiblemente su película más comercial (por desgracia comparte clichés con los thrillers de los últimos años), cosa extrañísima partiendo de unas influencias tan alejadas del Hollywood convencional. Es una verdadera pena que la mestría del director nacido en Queens no luzca como debería al lado de un guión, argumento (novela) como querais denominarlo, tan convencional, tan mascado (el buen cinéfilo se teme lo peor en el ecuador del metraje) y lo peor de todo, tan poco original (si algo tenían las películas de serie B de los 40 es que eran muy originales) a estas alturas de la historia del cine.
Ahora bien, Shutter Island no por ello deja de ser un muy buen thriller de terror psicológico moldeado con forma de pesadilla, donde la realidad se entremezcla con lo onírico, con lo vivido, con lo irreal. Scorsese propone introducirnos en la cabeza de Teddy Daniels (Leonardo di Caprio) con todas sus consecuencias, participar activamente en la investigación del Marshall, mientras vamos conociendo sus miedos, los sentimientos de culpa que le azotan ( es evidente la conexión con el personaje de Dolores con Hari en Solaris y la interpretación que Teddy hace de ella). La película no baja el ritmo en ningún momento, la tensión y el suspense van en aumento, como en las buenas películas, en parte gracias a los inesperados giros de guión, la habilidosa dirección de Martin Scorsese y el saber hacer de la montadora Thelma Schoonmaker, siempre presente en la filmografía del director.
El espectador, confundido (como el propio protagonista) por los flashbacks, por el incuestionable aroma sinestro que desprende la película desde su fantástico arranque, por la dureza de los tratamientos psiquiátricos tan populares en el siglo XIX, por las pistas que Shutter Island va dejando a los más avispados, espera al igual que Teddy encontrarse con la demencia del ser humano, con el terror más absoluto que se esconde tras las escaleras del faro. El inalcanzable faro, donde sin duda reside toda la verdad.
Algunos de vosotros ya conoceréis a José Luís Guerín (Barcelona, 1960), pero me temo que la mayoría de la gente desconoce a este cineasta tan adorado por las minorias. José Luís Guerín es actualmente uno de los mejores realizadores de documentales que ha parido nuestra patria, y cuando digo de documentales no me refiero a los de naturaleza (que no los desprecio), sino a los cinematográficos, a aquellas películas que tienen por finalidad capturar la realidad tal cual es (aquí podemos discutir mucho) y que nos llegan al alma, no sólo por la historia que cuenta sino porque nos hace reflexionar, encontrar una lectura oculta bajo un texto muy personal.
Conocí su obra gracias a J.Pavía, quien en clase nos habló de En Construcción, quizás su película más conocida por las masas. Así que, al igual que hacía con todas las películas que nos nombraban en clase, saqué tiempo para visionarla. Recuerdo que me produjo una extraña sensación ya que por aquel entonces yo estaba muy poco familiarizado con el cine de autor francés. Digo esto porque Guerín ha mamado hasta la saciedad este cine, y para mi, es uno de los mayores catalizadores del cine francés y europeo en nuestro país, en el que disfrutar de esta estética y narrativa es cada vez más difícil (véase el film Lo que sé de Lola de Javier Rebollo).
Desde entonces siempre que he oído hablar de documentales ha aparecido el nombre de Guerín por algún lado, lo que me hacía sentir un paleto por no conocer su obra, y más paleto aún por trabajar en el mundo audiovisual. El problema, y no es excusa, es que sus obras nunca han sido fáciles de encontrar. Si no recuerdo mal conseguí Tren de Sombras por la red; una copia mal pasada, en baja calidad, con audio pésimo y subtitulada en portugués (por lo menos...). Afortunadamente el director barcelonés ha cedido y sus documentales (al menos tres) acaban de ser editados por Versus. Se trata de una caja con cuatro discos que contienen Innisfree, Tren de Sombras y Unas fotos en la Ciudad de Sylvia; además la edición contiene un libro de 64 páginas y un disco con entrevistas y extras. Imprescindible.
El caso es que hace un mes me compré esta edición ya que necesito tener muchas referencias para el trabajo, así que por qué no empezar por el producto nacional. Habiendo visto ya En Construcción quería empezar por el primer disco Innisfree. En esta película Guerín viaja a Irlanda en busca del pueblo de dicho nombre donde se desarrolla la historia de The Quiet Man (John Ford, 1952). Así que decidí ver las dos seguidas. Innisfree es, sin lugar a dudas, el mejor homenaje que se la he podido hacer a la película de Ford. En el documental (que se permite algunas licencias de dramatización) Guerín nos muestra la vida en el pueblo en el que se rodaron los exteriores del film, así como la huella tan honda que ha dejado esta experiencia. Pero Innisfree no existe, el nombre hace referencia a Irlanda (Isla Libre) y se asocia a lo puramente irlandés (el mérito se le atribuye al poeta William Butler Yeats).
Sobre el documental de Guerín me gustaría señalar varias cosas. La primera es su estilo, heredero del cine francés y de su maestro Víctor Erice. La segunda es la narratividad de esta película. El director no se ciñe al documental de estilo directo, sino que le suma a esto una serie de dramatizaciones (en mi opinión y me gustaría descubrir que estoy equivocado en algunas) muy personales que ayudan a comprender mejor lo que el autor desea contar. Como es el caso del personaje de la chica pelirroja que regresa al pueblo después de vivir en EEUU (referencia al personaje de John Wayne), así como los amantes que pasean juntos y actúan como los protagonistas del film predecesor. También crea ciertas situaciones como los hermanos que hablan en gaélico, las canciones que se cantan por el pueblo, los niños que cuentan al detalle la película de Ford (para mi que está ensayado). Sin embargo, a parte de la manipulación de autoría, consigue mostrarnos como un pueblo entero recuerda el día (sobre todo los pocos mayores que siguen vivos) en el que el director de Las Uvas de la Ira volvió a su Irlanda natal para hacer una película que llevaba planeando desde los años treinta. Hay, en el film de Guerín, una frase que dice uno de los entrevistados que acontinuación transcribo de memoria "a pesar de haber nacido después (...) guardo el recuerdo que me transmitieron mis padres". Creo que esta frase resume muy bien aquello que se nos muestra en Innisfree.
Aunque nunca he sido admirador de Guerín, creo que su trabajo es lo mejor que se está haciendo ahora mismo en el terrerno nacional de documental cinematográfico. Para mi su filmografía es fundamental para conocer a uno de los directores de cine más personales. Un ejemplo a seguir.
Otras películas de Guerín que espero comentar algún día:
“Cuando nacemos ya tenemos la muerte escondida en el hígado, o en el estómago, o acá en el corazón, que algún día se va a parar. También puede estar fuera, sentada en algún árbol que todavía no crece pero que se va a caer encima cuando seas viejo.” La Parca.
Macario es un humilde leñador, padre de una gran familia, que da todo por su mujer y sus hijos, incluso la comida que no tiene. El pobre Macario pasa más hambre que Carpanta, viendo impasible como sus hijos arrasan con todo. Una mañana, llevando leña a la panadería, sorprende al panadero cocinando un guajolote (pavo) para el rico lugarteniente del pueblo y decide no volver a probar bocado hasta que tenga el placer de comerse uno, sin compartirlo con nadie. Su esposa, preocupada por la salud de su marido, en un momento de enajenación roba un guajolote y se lo entrega. Macario parte hacia los bosques con su manjar y se encuentra con tres personajes que piden que lo comparta con ellos. Primero el diablo le ofrece riquezas, después Dios le exige un sacrificio y por último la Parca, la Muerte, simplemente tiene hambre. Ante esto último, bien por lástima, bien por temor, Macario accede y le ofrece la mitad del Guajolote. A cambio la muerte le otorgará el don de curar a los enfermos de muerte siempre que ella esté deacuerdo…
La película de Roberto Gavaldón comparte argumento con el cuento de hadas ruso El soldado y la muerte (llevada a la televisión por Jim Henson en su Cuentacuentos) que a su vez bebía de los relatos de la grecia clásica más metafísicos. No es casualidad que en el cuento ruso el protagonista sea un soldado, ni que Macario sea leñador. Ambos representan la base de la pirámide activa, el pueblo raso. Los dos son peones que correrán la misma suerte que el rico, ya que la muerte gusta danzar con todos los hombres por igual.
No es tampoco baladí que el autor de la historia de Macario sea Bruno Traven, alemán anarquista (autor de El tesoro de sierra madre) condenado a muerte y fugado a tierras mejicanas que sin duda se inspiró en la película más conocida de Ingmar Bergman, El séptimo sello.
Analizar de forma medianamente seria una película como Macario es tarea ardua. La película se mueve constantemente en terreno onírico y está cargada de simbolismo, con lo que requería un estudio mucho más serio para intentar profundizar en capas más lejanas. No obstante, aquí va una pincelada.
El film arranca con la celebración del día de los muertos, jornada de ofrendas a los del más allá. Dulces, flores y cirios para que los muertos puedan orientarse y encontrar su camino de vuelta a casa. Interesante.
Macario, cuya calavera (dulce) muestra uno de sus hijos antes de la partida, se va a ver envuelto en un delicioso dilema moral. Es consciente que los gozos terrenales son perecederos, y que Dios es dueño de todo lo que existe con lo que sólo cede ante los deseos de la muerte, que en el peor de los casos (como bien deduce) sólo le llevará consigo después de terminar el guajolote, puesto que comparten plato. Se establece de esta forma un primer reto a la muerte, se inicia el juego. La muerte, agradecida (llevaba milenios sin probar bocado) llena la cantimplora de Macario con un agua curativa, cuya una única gota será capaz de sanar al enfermo siempre que la muerte no se encuentre en la cabecera de la cama. Tras una serie de curaciones, un propio hijo en primer lugar, Macario se convertirá en el curandero del pueblo, y ascenderá socialmente de forma rápida, siempre respetando los deseos de la Parca. El problema vendrá cuando la Muerte, vuelva a tener el control sobre la vida de Macario, ya que en una mano tendrá la suerte del hijo del virrey y en la otra la del propio leñador, ya que de ello depende su propio destino. La vida es como una vela, frágil, dice la Muerte, unas más cortas y más largas en función de un orden mayor, y nada se puede hacer para evitar el innegable destino, lo único cierto de la vida, la danza con la muerte, que siempre ríe en último lugar.
La película, fotografiada por Gabriel Figueroa (autor de la fotografía de Los Olvidados o El ángel exterminador , ambas de Buñuel ), pese a las malas críticas en su momento ( por su academismo, por su indiferencia ante la iglesia católica y por la visión negativa en blanco y negro que se hace al país ) está considerada como una de las joyas del cine mexicano, siendo nominada al Oscar a la mejor película extranjera en 1961.
Es difícil encontrar una película de animación que haya causado tanto impacto en una generación de niños de todo el mundo como lo hizo El vuelo de los dragones.
Curiosamente, la película, producto del dúo Jules Bass y Arthur Rankin, Jr, fue estrenada directamente en video (y nunca salió de ese formato, porque a día de hoy no está editada), detalle que no hizo más que potenciar su distribución en muchísimos hogares que hacían de los videoclubs una parada obligatoria todos los fines de semana.
El vuelo de los dragones, adapta de forma más o menos libre dos novelas, una del mismo nombre (1979), de Peter Dickinson (autor que se convertirá en el protagonista del film) y The dragon and the George (1976) de Gordon r. Dickson.
Carolinus, es el mago de la naturaleza, el mago verde, y últimamente anda muy preocupado porque la tecnología y el progreso está comiendo terreno a la magia, debilitándola cada vez más. Por eso reúne a sus hermanos, Solarius, el señor de las alturas y las profundidades, Lo Tae Sho, el señor de la trascendencia y Omaddon, el rey de la oscuridad y de la magia negra, para proponerles la creación del último reino de la magia, un lugar para todos aquellos que no tienen cabida en el mundo de los hombres.
Ommadon, propone corromper al propio hombre, dándole armas, codicia, celos y envidias, para que la humanidad misma y su ciencia origine armas y destrucción, dejando vía libre a la magia otra vez.
El resto de hermanos no aprueban a Omaddon, sugiriendo Carolinus visitar a la Antiguedad ( un árbol mágico) con tal de que les muestre el camino para frenar al malvado hermano. Ésta, muestra la imagen de un joven de ciencia, del Boston de un futuro lejano, enamorado de los dragones. Carolinus lo llevará con él a su mundo, pero tras un accidente, su mente se fundirá con el cuerpo de Gorbash, el dragón de Carolinus, con lo que tendrá que iniciar su aventura como dragón y no como hombre.
El vuelo de los dragones es más que una típica película de dibujos animados.
Equiparable, en su justa medida, y en su terreno a otros clásicos de culto de la generación de los noventa como Regreso al futuro o Los Goonies, entretiene, pero con el objetivo último de contar una historia tratando con respeto a los jóvenes espectadores a los que va dirigida.
La banda sonora compuesta por Maury Laws es todo un prodigio. Grabada a fuego en el imaginario de toda una hornada de niños a escala mundial, aporta la emoción, la tensión, en un buen número de escenas memorables como la inquietante aparición de los lóbregos de arena, el terrorífico ataque del ogro o la, posiblemente, escena más especial del film, el sueño del dragon inspirado por unas notas de flauta travesera.
La amistad, el valor, el honor, la superación, el orgullo, el deber, son algunos conceptos presentes en esta inocente producción para televisión, que se atreve, hace ya 30 años, a debatir sobre la presencia de las nuevas tecnologías, la deshumanización del ser humano, el irrefrenable avance del progreso que va a hacer olvidar los valores tradicionales, representado en este caso por el mundo de la magia. Por eso es tan impactante el final, por eso lo recordamos con tanto cariño, porque ni los dragones más fieros del mundo entero pueden hacer nada contra la realidad de la ciencia y la lógica como armas, ante la ilusión de la magia en decadencia.
Un film necesario en estos días grises, donde los niños no tienen más fuente de inspiración que unos (pocos) dibujos animados descafeinados y unos (muchos) frikis televisivos desvergonzados.
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