27 de marzo de 2010

La leyenda del DJ Frankie Wilde


Sin música, la vida sería un error.
Friedrich Nietzsche

Sí, es cierto que la cita está tan manida que casi anda en carne viva, pero déjenme que me explique, denle una oportunidad a este pobre blogger novato en Al norte por el noroeste. La leyenda del DJ Frankie Wilde es un biopic acerca de uno de los más reputados deejays del mundo -afincado en Ibiza, para más señas- que se sumerge en los recovecos más sórdidos de la fama (pues decir “de la música electrónica” sería superficial e injusto) y asciende a las más elevadas de la empatía con el público mediante la música. En esa especie de purgatorio que resulta de la combinación del talento y la insensatez se sitúa el culmen y el declive de un personaje carismático pero autodestructivo hasta extremos insospechados. Ante semejante personaje, es obligado aclarar que el susodicho Frankie Wilde no existe -¡no, y lo demás son ganas de perder el tiempo en foros!-, aunque está inspirado en los rasgos de diferentes DJs reales: se ha hablado de Jon Carter, Brandon Block o del mismísimo Sven Väth. Juzguen por sí mismos:



Sea como fuere, Wilde, dotado con un enorme talento para, mediante los platos, transmitir el éxtasis a miles de personas anónimas, es completamente incapaz de poner en orden su vida, que será rápidamente destruida por la deslealtad de aquellos que le rodean, por su aguda politoxicomanía y, de forma que parece definitiva, por los coqueteos con la sordera irreversiblemente unidos a su oficio. Cuando la burbuja electrónica que lo envuelve, a modo de velo entre él y el vacío más total, explota; cuando lo único que realmente ama en el mundo se desvanece en el silencio; cuando el gran teatro de marionetas que es su vida comienza a arder, comienza su desaparición y posterior calvario por el mundo. Del mismo modo que Robert Johnson permaneció en paradero desconocido como por arte de magia negra durante varios años (según se cuenta, para venderle su alma al diablo a cambio del don de tocar la guitarra como los ángeles), Frankie comienza una andadura sin rumbo que, por caprichos del azar, le lleva a una mujer con la que descubrirá –de nuevo azarosamente- que la música es bastante más que un goce auditivo: es un hormigueo que se puede experimentar desde las palmas de las manos o las plantas de los pies, una reverberación invasiva e inexplicable, una manifestación del ser. Gracias a este hallazgo, el DJ más sordo de la galaxia musical consigue llevar a cabo su reaparición y volver a emocionar a las masas enfervorecidos por una sola vez, tras la cual decide retirarse de forma definitiva.


Más que una historia de superación al uso tan del gusto anglosajón, lo que nos muestra el británico Michael Dowse (nominado como mejor director a los Genie Awards canadienses por el film que nos ocupa) es una fábula sensitiva, la constatación de la tensión entre el arte y la destrucción y, asimismo, la posibilidad de la reconstrucción ontológica de cualquier ser humano, con sus miserias y genialidades, a través del ingenio y del amor a la música. O, como expresara Miguel Hernández, que tan en boga porque se le ocurrió nacer cien años atrás, que acaso sea más sensato que nacer en nuestros días:

Turbia es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué lejanía de opacos latidos!
Soy una cárcel con una ventana
ante una gran soledad de rugidos.
Soy una abierta ventana que escucha,
por donde va tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.


No olvidemos, para los entendidos en la materia, el valor extra que confieren a este falso documental las apariciones de gurús de la electrónica como Carl Cox, Paul Van Dyk o Tiësto, entre otros. En resumen, un trabajo disfrutable que mezcla elementos –huelga decirlo: como la vida misma- de la comedia más bizarra y de la tragedia más desoladora. Y ya para finalizar, ¿que me dicen del tema de la desaparición? ¿Qué hubiera sido de la literatura, el cine y la música popular de las últimas décadas sin el constante recurso a la anulación?

Aunque probablemente ciertas comparaciones sean odiosas, a este respecto quizá te puedan interesar:

Apocalypse Now (1979), de Francis Ford Coppola
This is Spinal Tap (1985), de Rob Reiner
Missing (1982), de Constantin Costa-Gavras
Acordes y desacuerdos (1999), de Woody Allen
El perfume (2006), de Tom Tykwer
Up (2009), de Pete Doctor y Bob Peterson

Y a propósito del rollito electrónico:

Con la música a tope (2000), de Greg Harrison
Berlin Calling (2008), de Hannes Stöhr

Artículo de Miguel Pérez

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