26 de marzo de 2010

Otra vuelta de "inocente" suspense




Una institutriz (Debora Kerr), de marcada educación religiosa, es contratada para encargarse del cuidado de dos niños huérfanos que viven en una mansión en el campo. La señorita Giddens, la institutriz, pronto se dará cuenta que unos antiguos criados, fallecidos años atrás, siguen teniendo una presencia importante en la vida de los niños…

El cuento de terror basa su fuerza en la desintegración de la creencia. La creencia, el conocimiento evoluciona con el paso del tiempo, pero siempre queda algo que quiza forma parte de nuestro sistema genético, arraigado desde los tiempos primitivos, el miedo a lo desconocido, el miedo a la oscuridad. El hombre ha fracasado en su intento de conocer el mundo, de explicar lo inexplicable, en un principio otorgado a los dioses, a la magia.

El adjetivo gótico, aparece en la Inglaterra de finales del XVIII, y supone, sin ninguna duda, la reacción de la literatura frente al racionalismo (la razón clave en la adquisición del conocimento) imperante. Según Rafael Llopis, los cuentos de miedo constituyen la presión de lo numinoso cuando ya no se cree en lo objetivo: la historia de lo numinoso como ficción empieza en el mismo momento que muere lo numinoso como creencia.


En este contexto donde impera la lógica y las matemáticas, empiezan a publicarse una serie de novelas como El castillo de Otranto (1765), de Horace Walpole, Los misterios de Udolfo (1794), de Ann Radcliffe, El monje (1795), de Mathew Gregory Lewis y algunos relatos cortos como Gastón de Blondeville (1802), de Ann Radcliffe, Melmoth, el vagabundo (1820), de Charles Maturin o El vampiro (1816), de J.W. Polidori que sentarán las bases para las futuras novelas que superarán el género. Es el caso, por ejemplo, del clásico universal de Henry James, Otra vuelta de tuerca, novela que adapta magistralmente la película de Jack Clayton.

Un director fuertemente marcado por la literatura, también adaptó El gran Gatsby (1973), de Fitzgerald o El Carnaval de las tinieblas (1984), de Ray Bradbury, que se enfrentaría a la difícil tarea de adaptar una obra muy abierta, cargada con la mentira y la ambigüedad, eso sí, con la inestimable ayuda de Truman Capote como guionista.



Desde un primerísimo momento, con los sollozos y las oraciones de la protagonista (que también cerrarán la película) Clayton nos deja entrever el objetivo del film, mostrar un punto de vista subjetivo de la institutriz, que como bien dice ella misma “sólo quiero salvar a los niños, no destruirlos. Los quiero más que a nada en este mundo. Necesitan protección, amor, alguien que les pertenezca, alguien a quien pertenecer...” Así pues, la vuelta de tuerca del film (ojo, se desvelan partes importantes del argumento) sería la dualidad maligna/protectora de la institutriz, una mujer con claras facultades imaginativas, como desvela en la entrevista de trabajo, sobre unos inocentes niños que acaban corruptos por los prejuicios e ideas preconcebidas de la manipuladora señorita Giddens.


Así nos la presenta Clayton, como representación del mal, incapaz de atravesar la puerta de la iglesia o provocando la muerte cada vez que por sus manos pasa una planta. Esa educación puritana, claramente represiva, seguro que condiciona la percepción de una fantasmagórica realidad, intuyendo la conspiración y la mentira en los ojos de las inocentes criaturas. La institutriz no descansará hasta hacer ver a los niños su realidad, pervertir la mirada de Flora, que se derrumbará muerta de miedo ante la insistencia de Giddens y conseguir, de la misma forma que los antiguos tribunales inquisitoriales, una manipulada confesión del pequeño Miles, a la que seguirá su muerte.

The Innocents ( Suspense, trágica aportación, una vez más, en España) está repleta de símbolos, de pistas que nos acercan subconscientemente a la correcta interpretación del punto de vista, como son los reflejos en el agua, la torre, el juego del escondite, los nombres de los niños,la araña cazando la mariposa, el poema que recita el pequeño Miles, la canción del inicio O Willow Wally… Esto no quita para que la película sea inquietantemente terrorífica, y que al igual que otra clásica cinta de fantasmas, The Haunting (1963) de Robert Wise, sea rodada en Cinemascope y en un contrastado blanco y negro. Planos inteligentes, con la contínua estampa de la institutriz y la poderosa presencia del sonido dentro y fuera de campo ( ¿o tal vez proveniente de la cabeza de la señorita Giddens?) que por supuesto deja vía libre a la interpretación como Henry James pensó desde un primer momento.


Esta ambigüedad, da pie a muchísimas lecturas, como puede ser la de la represión sexual en la figura de la institutriz, por su manera de reaccionar ante Miles o por las reacciones al descubrir la historia de los juegos sexuales de los antiguos criados. Por otro lado, su identificación con la antigua institutriz, Miss Jessel, que terminó ahogándose en el lago, o por supuesto la más obvia pero no por ello necesariamente la más correcta, la teoría de la posesión en los niños, “inocentes” a los que la señorita Giddens, finalmente, consigue salvar a un precio muy alto.


Gracias al Dr. Miguel Herráez por sus magistrales lecciones sobre el cuento fantástico.

Otras vueltas de tuercas (más o menos evidentes):

The Turn of the Screw, (TV) de John Frankenheimer (1959)
Die Sündigen Engel (TV), de Ludwig Cremer (1962)
El muñeco en Historias para no dormir (TV), de Narciso Ibañez Serrador (1966)
Le Tour d'écrou, de Raymond Rouleau (1974)
The Turn of the Screw (TV), de Dan Curtis (1974)
Otra vuelta de tuerca (TV), de Dimitrio Salas (1981)
Otra vuelta de tuerca, de Eloy de la Iglesia (1985)
The Haunting of Helen Walker, de Tom McLoughlin (1995)
El celo, de Antoni Aloy (1999)
Los otros, de Alejandro Amenábar (2001)
El orfanato, de Juan Antonio Bayona (2007)
Il mistero del lago, de Marco Serafini (2008)


Artículo de David Boscá


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