17 de marzo de 2010

Macario y la danza de la muerte




Cuando nacemos ya tenemos la muerte escondida en el hígado, o en el estómago, o acá en el corazón, que algún día se va a parar. También puede estar fuera, sentada en algún árbol que todavía no crece pero que se va a caer encima cuando seas viejo.” La Parca.

Macario es un humilde leñador, padre de una gran familia, que da todo por su mujer y sus hijos, incluso la comida que no tiene. El pobre Macario pasa más hambre que Carpanta, viendo impasible como sus hijos arrasan con todo. Una mañana, llevando leña a la panadería, sorprende al panadero cocinando un guajolote (pavo) para el rico lugarteniente del pueblo y decide no volver a probar bocado hasta que tenga el placer de comerse uno, sin compartirlo con nadie. Su esposa, preocupada por la salud de su marido, en un momento de enajenación roba un guajolote y se lo entrega. Macario parte hacia los bosques con su manjar y se encuentra con tres personajes que piden que lo comparta con ellos. Primero el diablo le ofrece riquezas, después Dios le exige un sacrificio y por último la Parca, la Muerte, simplemente tiene hambre. Ante esto último, bien por lástima, bien por temor, Macario accede y le ofrece la mitad del Guajolote. A cambio la muerte le otorgará el don de curar a los enfermos de muerte siempre que ella esté deacuerdo…



La película de Roberto Gavaldón comparte argumento con el cuento de hadas ruso El soldado y la muerte (llevada a la televisión por Jim Henson en su Cuentacuentos) que a su vez bebía de los relatos de la grecia clásica más metafísicos. No es casualidad que en el cuento ruso el protagonista sea un soldado, ni que Macario sea leñador. Ambos representan la base de la pirámide activa, el pueblo raso. Los dos son peones que correrán la misma suerte que el rico, ya que la muerte gusta danzar con todos los hombres por igual.


No es tampoco baladí que el autor de la historia de Macario sea Bruno Traven, alemán anarquista (autor de El tesoro de sierra madre) condenado a muerte y fugado a tierras mejicanas que sin duda se inspiró en la película más conocida de Ingmar Bergman, El séptimo sello.

Analizar de forma medianamente seria una película como Macario es tarea ardua. La película se mueve constantemente en terreno onírico y está cargada de simbolismo, con lo que requería un estudio mucho más serio para intentar profundizar en capas más lejanas. No obstante, aquí va una pincelada.

El film arranca con la celebración del día de los muertos, jornada de ofrendas a los del más allá. Dulces, flores y cirios para que los muertos puedan orientarse y encontrar su camino de vuelta a casa. Interesante.

Macario, cuya calavera (dulce) muestra uno de sus hijos antes de la partida, se va a ver envuelto en un delicioso dilema moral. Es consciente que los gozos terrenales son perecederos, y que Dios es dueño de todo lo que existe con lo que sólo cede ante los deseos de la muerte, que en el peor de los casos (como bien deduce) sólo le llevará consigo después de terminar el guajolote, puesto que comparten plato. Se establece de esta forma un primer reto a la muerte, se inicia el juego.

La muerte, agradecida (llevaba milenios sin probar bocado) llena la cantimplora de Macario con un agua curativa, cuya una única gota será capaz de sanar al enfermo siempre que la muerte no se encuentre en la cabecera de la cama. Tras una serie de curaciones, un propio hijo en primer lugar, Macario se convertirá en el curandero del pueblo, y ascenderá socialmente de forma rápida, siempre respetando los deseos de la Parca. El problema vendrá cuando la Muerte, vuelva a tener el control sobre la vida de Macario, ya que en una mano tendrá la suerte del hijo del virrey y en la otra la del propio leñador, ya que de ello depende su propio destino. La vida es como una vela, frágil, dice la Muerte, unas más cortas y más largas en función de un orden mayor, y nada se puede hacer para evitar el innegable destino, lo único cierto de la vida, la danza con la muerte, que siempre ríe en último lugar.

La película, fotografiada por Gabriel Figueroa (autor de la fotografía de Los Olvidados o El ángel exterminador , ambas de Buñuel ), pese a las malas críticas en su momento ( por su academismo, por su indiferencia ante la iglesia católica y por la visión negativa en blanco y negro que se hace al país ) está considerada como una de las joyas del cine mexicano, siendo nominada al Oscar a la mejor película extranjera en 1961.

Películas relacionadas:

Los olvidados, de Luis Buñuel (1950)
La noche del cazador, de Charles Laughton (1955)
El séptimo sello, de Ingmar Bergman (1957)
La última noche de Boris Grushenko, de Woody Allen (1975)
El cuentacuentos: El soldado y la muerte (TV), de Jim Henson (1988)


Artículo de David Boscá

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