24 de enero de 2010

Apreciar la vida y aceptar la muerte




Una serie basada en el día a día de una funeraria es algo bastante curioso y poco habitual. Si además sabes que detrás está la HBO, y que ha recibido tan buenas críticas, pinta, cuanto menos, interesante.

Creada por Alan Ball (guionista de American Beauty y creador de True Blood), y protagonizada por Peter Krause (The Lost Room) y Michael C. Hall (Dexter), entre otros, consta de cinco temporadas inolvidables y redondas, que sin duda, dejarán huella una vez las hayamos acabado de ver.

El eje argumental de cada episodio se centra en los preparativos del funeral de un personaje que muere en los primeros minutos, y de cómo la familia Fisher, que lleva el negocio de una funeraria, ayuda a la familia del fallecido a sobrellevar su pérdida y a prepararle una despedida digna, ya sea desde los mejores servicios de su embalsamador, hasta la utilización del ataúd más adecuado.

Pero eso es sólo una excusa, porque la mayoría de las veces ese tema queda absolutamente en segundo lugar, centrándose cada capítulo en las inquietudes de los personajes y en el día a día de la familia Fisher.



Puedo asegurar que tras terminar de ver la quinta y última temporada nada volverá a ser igual. Uno se queda en una especie de estado de shock, y totalmente emocionado ante el grandioso momento en la historia de la televisión que acaba de experimentar, porque seguir una serie de este calibre es como una convivencia familiar, ya que durante todas sus temporadas vamos empatizando de manera extraordinaria con estos personajes tan dispares.

Los personajes están tan bien definidos que llegas a comprenderlos, a aceptar sus virtudes y sus defectos, porque son humanos, están dotados de alma, y están escritos desde el corazón. Nos sentimos tan próximos a ellos como lo hacemos con la gente en nuestras vidas diarias, y se podría decir que son como unos vecinos a los que has llegado a apreciar de verdad.

A dos metros bajo tierra es una serie que te ayuda apreciar la vida.


Puedo decir honestamente que la serie me ha dejado un mensaje muy positivo y que me hace pensar que hay que valorar más la vida que tenemos.
Está plagada de momentos memorables, de grandes interpretaciones, y de diálogos y situaciones totalmente reales.

La banda sonora tiene una excelente selección musical, que utiliza desde la partitura original de Richard Marvin hasta las canciones más conocidas y apropiadas.

Hay demasiadas anécdotas que podría recordar, pero destaco los sueños-fantasías de los personajes y las conversaciones ficticias que mantienen con la gente que ha muerto. Fantasías que ayudan a la necesidad de creer que hay algo más después de la muerte, y que aunque nuestros seres queridos se mueran, nunca nos abandonarán del todo.

El torrente de emociones que se llega a sentir en los últimos episodios después de haber convivido con los Fisher durante cinco temporadas es algo que no tiene precio.

He sentido tal cantidad de alegría y tristeza a la vez que no me podía contener.

El tramo final de la última temporada es algo nunca antes visto en televisión, porque es el final más emotivo, redondo, y precioso que ha cerrado nunca un producto televisivo.

Aunque se emita por la televisión y tenga, por lo tanto, el formato de la pequeña pantalla, esto es puro CINE con mayúsculas.

Alan Ball ha creado algo magistral.

Nate (gran Peter Krause), David, Claire, Ruth, Nathaniel Sr., Rico, Keith, Brenda, Billy, Maya, Lisa, y un largo etcétera, ¡GRACIAS!

También te gustarán:


Doctor en Alaska, 1990 (TV)
American Beauty, 1999, de Sam Mendes
Los Soprano, 1999 (TV)
Mujeres desesperadas, 2004 (TV)
Criando Malvas, 2007 (TV)


Artículo de David Tarrazona

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