27 de enero de 2010

The Fountain o el alma inmortal




El filósofo Bronson Alcott decía que la enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia. Qué razón tenía, porque de otra forma no se explican los abucheos que sufrieron auténticas obras maestras del cine universal como El nuevo mundo, de Terrence Malick o el objeto de comentario de hoy, The Fountain, de Darren Aronovsky. Abucheos por supuestos críticos en festivales como el de Cannes, incapaces de profundizar, insensibles al arte, a lo sublime.

La fuente de la vida (de nuevo quienes traducen las películas en nuestro país piensan que toda España es igual de imbecil que ellos) no es una película sencilla de analizar en nuestro tiempo. En una sociedad desvinculada de la espiritualidad, fuertemente ligada a lo material y cada vez más alejada del arte, ya que lo único que parece importar es la firma, se requiere un esfuerzo demasiado alto, para la mayoría para intentar empatizar con esta visionaria película de ciencia-ficción.

Se han escrito muchas estupideces, en parte justificadas por la manipuladora campaña publicitaria, llevada a cabo por la Fox, para tratar de rentabilizar un producto difícilmente amortizable. Porque, no, The Fountain no es una historia de amor a lo largo del tiempo, es algo mucho más complejo.


Aronovsky parte de la premisa de la inmortalidad codiciada en nuestros días, la voluntad de sentirse eternamente joven, ya sea con cremas u operaciones estéticas, y se hace una pregunta: “Si el hombre venciera a la muerte, que es lo que le hace humano, y viviera eternamente, ¿perdería su humanidad?”

Tom (Hugh Jackman) es un médico que busca incansablemente una cura para el cáncer que consume la vida de su mujer Izzy (Rachel Weisz). Dedica prácticamente noche y día a su lucha personal, olvidando que lo que su mujer más necesita es su cariño. Posiblemente inspirada por la perseverancia de su marido, Izzy escribe una novela ( The Fountain) que trata sobre la lucha de otro hombre, otro Tom (en este caso Tomás) pero del siglo XVI, empeñado en encontrar el equivalente de la legendaria fuente de la eterna juventud de Ponce de León materializado, en este caso, en un árbol de la vida (de clara inspiración judeo-cristiana). A raíz de la lectura del libro por parte de Tom, y de la voluntad de Izzy de que su marido escriba el último capítulo del libro (o lo que es lo mismo, que acepte la muerte como un acto de creación),lo real y lo ficticio empieza a enlazarse junto a una nueva no realidad, la misión espacial de un Tom del futuro, que viaja junto a su amado árbol en busca de una nebulosa moribunda que le devuelva la vida que se escapa de sus raíces.



Este Tom del futuro no es otra cosa que el temor del Tom del presente, un hombre de ciencia por aceptar la muerte como un inicio, y no como una enfermedad y un final de la existencia. Es la vida que él quiere para el ser humano, una vida donde la muerte ha sido derrotada por la ciencia y se puede vivir eternamente.Por eso en su realidad aparece la figura de Izzy para pedirle que lo acabe, que termine la novela, que acabe aceptando la muerte como un nuevo comienzo. Tom por fín lo comprenderá, entenderá como Izzy que el amor no tiene final y dejará en su tumba la semilla de un futuro árbol y cerrará el libro con el conquistador unido también con la naturaleza por la ingesta de la savia del árbol de la vida.


Darren Aronovsky, creó algo único, diferente, que posiblemente nunca será comprendido, pero que, sin duda, consigue emocionar al espectador abierto y sensible, en gran parte gracias a la música de Clint Mansell, que nos regala una de las composiciones más bellas de la historia del cine.


Otras experiencias filosóficas:

2001, una odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick
Solaris (1972) de Andrei Tarkovsky
Zardoz (1974),de John Boorman
Blade Runner (1982), de Ridley Scott
Matrix (1999), de los hermanos Wachowsky
El nuevo mundo (2005) de Terrence Malick



Artículo de
David Boscá

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