9 de enero de 2010

El lugar donde viven los niños



La última película de Spike Jonze no gustará a todo el mundo. Y es curioso, porque ese es precisamente uno de los temas centrales de Donde viven los monstruos: La incomprensión.

El director de Cómo ser John Malkovich y Adaptation (El ladrón de Orquídeas) firma una deliciosa pero arriesgadísima película pseudo infantil, adaptando la novela homónima de Maurice Sendak.

Cuenta la historia de Max, un imaginativo e incomprendido niño que pasa los días soñando historias bajo la atenta mirada de su madre y la ausencia simbólica de su padre.
Un día, vestido con su disfraz de lobo, pierde los papeles y muerde a su madre. Sale corriendo de casa para terminar viajando en una barca camino de la isla donde reina lo salvaje, donde viven los monstruos.




Quien conozca la filmografía de Spike Jonze, incluyendo, por supuesto, videos musicales y anuncios televisivos, comprenderá en seguida lo personal que es este último trabajo. ¿Acaso no ha sido siempre un niño grande, imaginativo y genial, pero incomprendido al mismo tiempo?

El discurso de Max empieza a tener sentido cuando llega al reino de los monstruos, aquí las actitudes más primarias, los sueños de niñez, las travesuras, la inocencia e incluso las mentiras (tan comunes entre los niños) son premiadas con el gobierno de la sociedad.

Los monstruos ven a Max como un salvador, un rey que viene para sacarlos de su miseria, de la infelicidad en la que viven tras haber dejado, mucho tiempo atrás, su comportamiento natural, su monstruosidad. Sólo quedaba uno, Carol, incomprendido como Max que sigue comportándose como lo que es en realidad, un monstruo, o lo que es lo mismo, un niño.

Lo que ocurre es que se encuentra con la representación de los peores temores del ser humano en la personalidad de los monstruos: el miedo a la soledad, al ser ignorado, a la diferencia, enfrentados con la razón, la bondad, el cariño… Y ahí es cuando Max empieza a dudar de si realmente es el rey que creía ser.

Lo más interesante de la película de Jonze, es el hecho de que consiga adaptar un relato infantil, no como lo haría un adulto, sino a través de los ojos de un niño, donde correr, dar saltos, pegar volteretas y construir castillos en el aire es lo más importante de su corta vida. Lo único que le preocupa.

Lamentablemente, si no somos capaces de sacar el niño que llevamos dentro, olvidarnos de los clichés y de las ideas preconcebidas, dificilmente disfrutaremos la película, impotentes al no poder comprender el idioma que hablan los niños cuando juegan en un mundo de fantasía.

En una sociedad dónde las preguntas de los niños a los padres no son respondidas

¿Puedes ser rey por siempre, Max?


Películas relacionadas:

Cristal Oscuro, 1982
Dentro del laberinto, 1986
The work of director Spike Jonze (TV), 2003


Artículo de
David Boscá

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