18 de enero de 2010

El des-precio de Jean-Luc



Imaginaos un film de 105 minutos de duración que destile en cada una de sus secuencias el sentimiento con el que titula el metraje. Pues dejad de imaginar, lo acabáis de encontrar, Le mépris (1963) de Godard. Este enfant terrible del cine galo, que adapta aquí la novela homónima de Alberto Moravia, escrita en 1954, describe la crisis y desintegración de la relación matrimonial entre Paul Javel (Michel Piccoli) y Camille (Brigitte Bardot). Paul es contratado por el magnate del cine hollywoodiense Jeremiah Prokosch (Jack Palance), para reescribir La odisea de Homero. A partir de ese momento, Camille presenciará como su marido se convierte en un pelele en manos del productor, y deja de ser el hombre intelectual e interesante con el que se casó, para ejercer ahora de mera pluma guiada por los caprichos de Prokosch.

El espectador se ve inmerso de inmediato en un triángulo de desprecio, aunque originado cada uno por diferentes motivos: Paul no estima a su mujer como antes, por descuido, por dejadez y por centrarse en su nuevo proyecto; Camille desprecia a Paul desde un punto de vista más visceral, no se siente ya mujer, la mujer atractiva y sensual que antes centraba la atención de Paul; Y Prokosch no tiene consideración por el guionista e idealista Paul, porque cree que esta clase de autores son secundarios en las grandes y espectaculares producciones de Hollywood.



Le mépris se aleja formalmente de largometrajes made in Godard como À bout de soufflé o Masculin / féminin, y adopta una narración más ortodoxa. Aún así, el film nos regala curiosidades, como la locución de los títulos de crédito iniciales, presentados con un travelling de retroceso en pantalla enlazado con un travelling lateral dentro de la pantalla. Este hecho deja patente la relación más que latente que Godard crea entre el cine y la vida real, pues podemos afirmar que Le mépris refleja la propia situación de Godard con su entonces mujer, la actriz Anna Karina.



En un segundo plano ( y solo teniendo en cuenta sus minutos en pantalla ),cabe destacar la presencia del director Fritz Lang, interpretándose a sí mismo, como realizador de La odisea de Prokosch. Lang aparece como otro juguete, muy caro, del magnate y productor Jeremiah Prokosch, pero con la consabida experiencia que le permite, al final de todo, imponer sus propios criterios cinematográficos, como así se demuestra en la rabieta del productor en la sala de proyección. Y es aquí mismo donde podemos leer una de esas frases, entonces lapidarias, de los hermanos Lumière, sobre el arte que ellos mismos crearon: “Le cinéma est une invention sans avenir”, ( El cine es un invento sin futuro). Hoy podemos decir que tanto el cine en general, como el cine de Godard en particular, han tenido y siguen teniendo un futuro muy prometedor.

Si te gustó El desprecio:

Michael (1924) de Carl Theodor Dreyer
La règle du jeu (1939) de Jean Renoir
Otto e mezzo (1963) de Federico Fellini
Ultimo tango a Parigi (1972) de Bernardo Bertolucci


Artículo de David Aliaga

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